LA DEUDA DE BADAJOZ
Un día de dos mil cualquiera, me encontraba entre el ruido de los cañones y el humo de la pólvora en un paraje de lo más normal a día de hoy y de lo más tétrico dos siglos atrás. Me decidí a volver a mi casa cuando de pronto empezaron a caer alrededor mía decenas, centenas, miles de soldados abatidos por una bala, una bola de cañón o un hendidura de una bayoneta desesperada. No podía reprimir el caer una lágrima por mi mejilla cuando me era imposible dar dos pasos sin tener que sortear un cuerpo sin vida tendido en el suelo acompañado de fondo por una música capaz de poner los pelos de punta al mismismo diablo. Afortunadamente los cuerpos cobraron vida y se levantaron poco a poco mientras se escuchaba una gran ovación del público asistente a la representación de quizás la más cruel batalla disputada en suelo español en la guerra de la Independencia; la Batalla de La Albuera.
Cuando uno asiste a un evento como aquel, no puede reprimir la sensación de llevar lo visto a la veracidad de lo sucedido hace años, del agonizar de los soldados, de los gritos del pueblo llano corriendo atemorizado, de las pistolas y cañones cargados con munición real, de las bajas inútiles... De regreso a Badajoz, quise recordar los actos sucedidos en torno a las murallas que olvidadas rodean el centro de Badajoz, sus rincones llenos de historia y sus calles antes pobladas con los personajes mas influyentes en una de las guerras mas terroríficas que soportó mi ciudad, mi pueblo.
Mentiría si dijese que Badajoz no es una ciudad llena de historia, mas bien d iría y digo, que es una ciudad privilegiada en cuanto a reliquias, joyas, de la guerra de la Independencia. Está toda rodeada de muralla, de baluartes, de fuertes, del castillo que tanto dolor de cabeza de trajeron a las tropas británicas, de las calles donde Carlos IV paseó con el pacense mas importante de la historia, donde tanta gente vivió unos años trascendentales para el futuro de nuestra plaza... pero nada más lejos de la realidad, mis sentimientos de orgullo por la riqueza histórica de mi ciudad se vio inundada por una triste sensación de impotencia al apreciar en mis ojos el abandono de tantos y tantos recuerdos que se van esfumando a causa del más cruel de los olvidos.
Cuando uno está en la Alcazaba, no puede evitar asomarse a la puerta de carros, donde dos siglos atrás centenas de hombres perecían en el intento de abordar las murallas avasallados por el atronador brillo de las balas cayendo sobre sus esperanzas de sobrevivir a un asalto suicida al castillo de Badajoz. La piel de gallina se le pone a cualquiera cuando imagina nuestros muros en silencio, el cielo azul, y los niños jugando en los columpios con sus abuelos, ajenos a la realidad vivida un día 6 de abril bajo una lluvia incesante de agua, sangre, gritos, agonía, esperanza y desolación. Hoy día, es motivo de satisfacción el ver como la Alcazaba, testigo de sangre del siglo XIX, se llena de colorido con eventos culturales, gente joven paseando y cámaras de fotos disparando flases para inmortalizar unas piedras que tanto nos cuentan a diario sin que nos demos cuenta.
Pero no es oro todo lo que reluce, puesto que hay murallas que tanto vieron, tantos secretos esconden entre sus esquinas, tan testigo de nuestra historia es como de su marchitar a pasos agigantados, me refiero al fuerte de San Cristóbal. Tantas vidas ha visto morir cuando es ahora la suya la que se marchita poco a poco como la de los jaramagos y malas hierbas que agotan su vida adentrándose en sus entrañas. Imponente en lo alto del cerro, observa con recelo la vida que cobra día a día su hermana Alcazaba, mientras una rejuvenece, el otro se va muriendo en el olvido. Es triste mirar desde la Alcazaba el fuerte, cobijo del gobernador Philipon, cuartel general de las tropas francesas, testigo de lujo del fuego de la plaza de Badajoz, palco de honor en la toma de nuestra ciudad, y anciano enfermo con poca esperanza de vida...
No es agradable sentirse orgulloso de una guerra, de las muertes de soldados inocentes, del desvarío de las tropas británicas en la entrada a Badajoz, de la agonía del pueblo del que somos bisnietos, p ero es tanto lo que le debemos a aquellos hechos, tanta historia nos dejaron, tanto patrimonio, tanta riqueza emocional, tantos tesoros escondidos en sus murallas, baluartes y fuertes, tantos sentimientos cuando se pasea por el puente de palmas como lo hicieron las tropas de Wellington, que es motivo de tristeza el ver que nos queda tanto por recuperar que parece que la guerra hubiera terminado ayer por el estado en que se encuentran los monumentos de los hechos acaecidos. Pero hay que confiar en que algún día podremos pasear y disfrutar de nuestro patrimonio, de ponernos en el lugar de los hombres que tanto lucharon por nuestra ciudad, ver placas y estatuas de los protagonistas que tanto nos dieron y tanto le debemos.
Fdo: Mario Rodríguez Román
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