SEMANA SANTA
¿Por qué tenemos que ponernos todos los años con tanto tiempo para ver pasar la procesión? Por los niños, Manolo, por los niños. ¡Pero si luego se nos ponen delante los mismos “caras” de siempre!
Badajoz huele a incienso, a cera derretida, a “meapilas”. ¡Dicen que el Ayuntamiento está haciendo mucho por los desfiles procesionales! No me extraña, hoy ya no se cree en nada, nadie ayuda. ¡Si no fuese por el Alcalde! ¡Papá, papá, ya viene! Sí, ya venía. Los caballos de una escuadra de la Guardia Civil se distinguían a lo lejos. Delante, una pareja de municipales, uno a cada lado, va empujando suavemente a la gente que, como si fuese una serpiente, se va contoneando a su paso, volviendo a ocupar la calzada. Los caballos son un peligro, pienso. Se pueden desbocar en cualquier momento. Los nazarenos, moviendo las bolsas llenas de monedas, pasan junto a nosotros. Les doy a los niños unas cuantas para que las echen. El nazareno, con esos ojos tiernos que tienen todos los nazarenos, se me queda mirando y dice: ¡Adiós, Manolo! ¿Quién eres? No me contesta. Ese es Emilio, dice mi mujer. ¿Y tú por qué lo sabes, si sólo se le ven los ojos? ¡Mira, ves como tenía razón, ya se han puesto delante esos gamberros! ¡Oye, niños, pasaros detrás que no ven mis hijos! ¡Qué temple tiene mi mujer! ¡Papá, papá, ya están aquí los nazarenos! Todos en fila, con sus trajes negros y grandes hachones encendidos. En medio, la Cruz Guía y el Estandarte. La música, clarines, saxofones, platillos, tambores… lo envuelve todo. Noto que el brazo de mi mujer, agarrado al mío, se estremece levemente. Está llorando, la mirada fija en el Cristo. ¿Por qué llorará? ¿Pedirá por mí, por mi salud? ¿O sólo será porque está emocionada? ¡Y es que emociona! Al fin y al cabo, está hecho para eso, es una catequesis en la calle. Hemos tenido suerte: el Mayordomo da orden de “la plantá”. Una saeta, desde un balcón, rasga los corazones. ¡Qué bellas, y qué valientes son las saetas! Sus tonos graves, pausados, monótonos, dejan en suspenso la cadencia final. Siempre recordaré esa maravillosa saeta de Antonio Machado: “Dijo una voz popular: ¿quién me presta una escalera…?” Y me emociono también. Los costaleros aprovechan y levantan los faldones del paso para respirar aire fresco y beber agua. ¡Esa es la verdadera Semana Santa, la que palpita ahí abajo entre sudor, anonimato, altruismo y sacrificio! El llamador, golpeado por el capataz, avisa. Firme, decidido, “el paso” reinicia lentamente su caminar. La banda, ahora con rutinario repique, marca el compás. Hay un momento en el que se juntan los sonidos de las Bandas del Cristo y de la Virgen. De pronto, un puñado de caramelos golpea mi cara. ¡No os tiréis al suelo por unos caramelos, niños! Ahí viene la Virgen, es la Dolorosa. ¡Qué bonita va, verdad! Sí, afirmo con los ojos puestos en ella. Delante, con sus bastones de mando, el Sr. Alcalde y parte de la Corporación Municipal, las Camareras de la Virgen, con mantilla y peineta, el Sr. Arzobispo, Obispo… y la Escuadra de Gastadores del regimiento Castilla XVI, escoltando “el paso”. ¡Qué bien desfilan! Yo formé una compañía de gastadores y desfilamos en un Santo Entierro. La de hoy, también desfila muy bien.
Tras la procesión, la algarabía inunda la calzada. ¡Papá, papá, quiero un helado! ¡Yo de fresa! ¡Y yo de nata! La vuelta a casa es lenta, los niños de la mano, las paradas con los conocidos… La calle, con la estela de cera, hace rechinar los neumáticos. Es la Semana Santa, nuestra Semana Santa.
Fdo: Gonzalo Roffignac Suárez.
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