05 mayo 2010

El Ojo de Sauron: "EL TIPO OSCURO"


Columna de opinión


Ji, Ji, Ji... Je, Je, Je. ¡Pobres ilusos retrasados! – decía Tom Ford mientras miraba desde sus prismáticos la aldea que se encontraba bajo sus pies.

Era un día húmedo y frío. La débil pero presente niebla acercaba el horizonte a la vista, ejerciendo a la vez de toldo sobre el incierto firmamento. El verde prado que pisaba Tom denotaba con su tenue humedad que la noche había muerto recientemente.

La colina se alzaba majestuosamente sobre un caudaloso río y unos ricos y florecientes sembrados que cercaban de sustento y abundancia la acogedora reunión de casitas y el pequeño campamento militar que se encontraba a pocos metros.

El canto del gallo se mezclaba con el relincho de los caballos y el ladrido de los perros. Las ovejas enterraban las voces agudas de la sinfonía, acompañadas del contraste grave que salía de las gargantas de los cerdos.

Los hombres más madrugadores, enfundados en sus prendas de abrigo, se dirigían por el embarrado y serpenteante camino hacia los campos de su vida.

La mañana fue creciendo y los contornos y alrededores de las viviendas se fueron llenando de niños y niñas revoloteando y gritando mientras sus pacientes madres realizaban las labores domésticas.

A pocos metros los soldados realizaban sus reconocimientos y sus ejercicios de combate.

La niebla se fue disipando abriendo paso a un amenazante cielo encapotado.

Habían transcurrido ya tres horas en las que Tom se había mantenido oculto de manera paciente tras unos matorrales espinosos y llenos de vida minúscula. Junto a él, tendidos sobre una manta, se podía ver el brillo de un cuidado rifle envidiado por cualquier francotirador. Haciéndole sombra, una ametralladora con cargador de 25 balas y un cañón con deseos de vomitar. En la funda de su cintura, una Mágnum plateada a su derecha, y un enorme machete, de esos que podrían competir con las herramientas de los leñadores, decorando su costado izquierdo.

Más atrás, una bolsa cargada de granadas, explosivos y munición para el bazooka que aguardaba a su flanco izquierdo enfundado en una grisácea caja de metal.

-¡Bueno, llegó la hora!, ¡Ja!.- Cogió suavemente el rifle, lo acarició como si se tratase de la piel de una joven y atractiva virgen escandinava. Colocó su ojo derecho sobre el punto de mira telescópico y empezó a apuntar. Descubrió junto a un árbol algo alejado de las casas, a uno de los soldados que estaba en cuclillas intentando liberar su estómago de las incómodas excedencias de un desayuno repleto de gula.

-¡ Te vas a cagar…!. – un trueno seco, acompañado de un violento retroceso sobre su hombro derecho, fue el principio del fin del desgraciado soldado.

- Esto si que es un buen laxante, pensó Tom, para sus adentros..


Los habitantes de la aldea y los soldados se quedaron petrificados. Miraron al cielo buscando la tormenta peculiar que podía haber producido tan extraño trueno. Nadie se percató del soldado caído. Tras unos instantes de aturdimiento todos volvieron a su actividad.


Ford, volvió a apuntar y entre un grupo de soldados que se encontraban charlando clavó una bala en la frente de uno de ellos. Rápidamente fijó el punto de mira en otro de ellos y le atravesó el corazón.

Los dos soldados quedaron tendidos bañados en su propia sangre. El resto de la pequeña compañía corrió hacia ellos y desde su ignorancia no dejaban de mirar al cielo.

No encontraban explicación para la muerte de sus compañeros

-¡Tranquilos que aún hay más!- murmuró Tom.

Seguidamente abrió la caja del bazooka, lo sacó, cargó y apuntó al pequeño fuerte de madera y piedra donde se asentaba el pequeño grupo militar. Una enorme explosión llenó de fuego la fortificación provocando una mortal lluvia de piedras…

Los habitantes de la aldea corrieron despavoridos hacia el río. Tom no les hizo caso, no eran su objetivo, así que cogió sus prismáticos y localizó a los soldados que se habían salvado. Fue entonces cuando se enfundó su ametralladora y corrió colina abajo disparando sin piedad gastando uno tras otro los cargadores.

Una vez comprobado que no quedaba ningún soldado vivo, se acercó a las inmediaciones del río. Encontró algunos hombres de la aldea y les obligó a cavar un gran hoyo.

Una vez que terminaron les hizo gestos para que se marcharan. Tom se introdujo en la enrome zanja y colocó una gran cantidad de explosivos…

Al terminar, subió la colina, recogió las cosas y se dirigió a su vehículo. Dentro de él, en su panel electrónico podían verse unos números: 903. A Tom le faltaban por colocar otras cargas explosivas, y tenía solo una hora para terminar el trabajo que le habían encomendado. Así que comenzó a marcar en una botonera anexa los siguientes números: 1826.

-Vamos allá- susurró con tranquilidad….

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Era sábado por la mañana. Me había bajado al bar que hay junto a mi casa. Pedí media de aceite y ajo como siempre, mientras leía las interesantes noticias de la prensa local.

La camarera me sirvió el café y en ese momento miré a mi derecha, al fondo de la barra. Allí estaba un hombre de facciones rudas y pelo largo. Rondaba los 40. Tenía ante si una entera de cachuela que devoraba ferozmente.
Debido a mi costumbre de observar los pequeños hábitos del personal, me quedé mirándole, atento a sus gestos. Irradiaba un aura oscura que me llamó la atención. De pronto alzó la vista y clavó sus ojos sobre mi. Parecía como si hubiese notado como lo observaba y analizaba.

Su mirada era fría e intimidante. Un escalofrío de canguelo recorrió mi cuerpo. Rápidamente bajé la mirada hacia el periódico. Pasé la página encontrándome otra interesante noticia que hablaba sobre la desaparición de un burro cojo en La Albuela...

Mi tostada llegó al instante.

Durante el resto de mi desayuno no volví a mirar al tipejo, salvo cuando ya terminé y me marchaba. En una mirada tímida mientras me dirigía a la puerta, pude ver como aún le quedaba algo de cachuela en el plato...

Esa mañana había decidido salir a andar un poco. Me había enfundado mi chándal del CD Badajoz y estaba dispuesto a quemar algunas calorías.

Días atrás había estado en Zahinos y no pude resistirme de comprar unos colgaderos de chorizo y salchichón, además de un buen lomo, así que llevaba unos días comiendo y cenando tan suculentos manjares acompañados de las sabrosas chapatas de Ansorena.

Eso provocó que mis abdominales estuvieran como John Locke y el empalagoso doctor Jack Shephard, con lo cual, decidí andar un poco para ver si así lograba encontrarlas...

Justo al salir del bar me paré a contemplar el escaparate de una tienda de deportes. Mientras observaba las camisetas del Madrid y del Barça, y buscaba esperanzado encontrarme la del CD Badajoz, noté por el reflejo del cristal como cruzaba a mi espalda el tipo tosco del bar. Giré el tarro y ví como se alejaba con caminar tranquilo hacia el paso de peatones cercano.

Me quedé con la mirada perdida en los andares del colega hasta que el claxon de un coche empezó a sonar de manera continuada y estruendosa. Al parecer un conductor intentaba salir de su aparcamiento, pero dos coches estacionados en doble fila se lo impedían.

El ruido de la bocina me devolvió la vista al escaparate y con ello a la esperanza de encontrar, ahora sí, la camiseta del Badajoz. La única zamarra blanquinegra que encontré fue la de la Juve. Sentí pena y rabia de que en nuestra propia ciudad fuera imposible ver en una tienda el centenario escudo del club más representativo de Badajoz...y eso que tenemos una fase de ascenso a la vista...

Decidí entonces, con la frustración blanquinegra a mi espaldas, emprender mi camino quema-lorzas. No tenía previsto ningún recorrido especial, así que busqué en los alrededores del paso de peatones al tipo misterioso, encontrándolo a la altura de los Salesianos, con lo que tome la determinación de seguirlo.

Me mantuve a una distancia de unos 20 metros. Pasamos por el solar que hay junto a la Iglesia de San José. Vi el enorme cartel del futuro edificio de oficinas que algún día se levantará en ese terreno. Pensé en lo necesario que es que nuestra ciudad empiece a contar con edificios modernos de estas características y que al menos la crisis no ha parado la impresionante torre de la Caja de Badajoz.

Me pregunté entonces para cuando empezarían a levantar las torres de la Granadilla y guardé la esperanza de que estas no se construyan con el puñetero ladrillo visto que inunda la capital pacense.

Iba yo divagando sobre el urbanismo de Badajoz y sin darme cuenta me había plantado en San Francisco. El tipo oscuro seguía su parsimonioso discurrir, atravesando con sigilo la fauna de mamás pijas que se lucen con sus niños y niñas en este emblemático rincón de nuestra ciudad.

Seguí con mi “persecución” pasando por San Atón y San Andrés hasta llegar al inicio de la vía rápida de acceso a la plaza Alta.

El misterioso personaje se paró a la altura de la muralla que se derrumbó hace un mes. Estuvo unos minutos contemplándola. Yo, mientras, me escondí como rata alcahueta, tras un coche allí aparcado.

Pude ver como sacaba una cámara de fotos y comenzaba a fotografiar el derrumbe. En su rostro frío, pude comprobar como se iba esbozando una sonrisa de satisfacción que me desconcertó. El sol le daba de frente iluminando sus facciones agresivas. Sus ojos brillaban con maldad, como regodeándose de dicha tragedia patrimonial.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mientras me invadía una tremenda curiosidad y me pregunté por qué el tipejo este se alegraba del derrumbe de esta muralla.

En ese momento, sacó un teléfono y comenzó a marcar. Pude escuchar como hablaba en castellano, pero con acento guiri. Le escuché decir que le faltaba hacer la foto del otro objetivo y que esa misma tarde las mandaría por correo electrónico. Sin más colgó y volvió a marcar. No pude escuchar lo que decía esta vez porque en ese momento pasó un coche tuneado con los makois de turno con la música a todo trapo.

Me mantuve escondido tras el coche, mientras mi misterioso amigo permanecía allí parado. A los pocos minutos apareció un taxi. Se montó y se marchó dirección a la plaza Alta.

Yo me quedé desconcertado. La curiosidad me recomía. No podía perderlo. Necesitaba ver que estaba tramando. Ante la desesperación me quedé con el número del taxi, y fue entonces cuando decidí que ya quemaría las lorzas otro día. Así que sin más dilación llamé a un taxi. Tardó menos de 5 minutos. Le dije al taxista que si podía llevarme al destino del taxi 201 que era el que había pillado el tipo oscuro. Le dije que por el “favor” tenía 10 eurillos de sobra…

El taxi me dejó en la puerta del Venero, en la cabecera del puente nuevo. Me bajé y empecé a mirar a todos lados buscando al “amigo”. Tras unos instantes lo localicé junto al gran socavón que semanas atrás se había tragado a un camión. Pude ver como hacía fotografías del enorme hoyo. Me dispuse a cruzar el paso de peatones, con la esperanza de que no se percatase de mi presencia. En ese momento comenzó a andar en dirección a los maltrechos y ruinosos multicines Puente Real. Yo mantuve la distancia y por precaución preferí seguirlo desde la acera de enfrente en la que era más fácil camuflarse.

Al llegar a los multicines dejados de la mano de Dios y del Ayuntamiento, se acercó a un viejo SEAT 850. El coche era amarillo. Tenía la carrocería nueva, brillante. Los cristales estaban tintados.

Antes de montarse, giró la cabeza hacia donde yo estaba, clavando de nuevo su mirada en mí. Pude comprobar en su rostro una enorme sonrisa. Tuve la sensación de que en todo momento sabía que lo había estado siguiendo. Alzó la mano y me dijo adiós, manteniendo esa sonrisa irónica y cruel. Entonces se montó en el coche y arrancó. Tras unos pocos metros un enorme haz de luz surgió del impoluto 850 cegándome por unos instantes. Cuando volví a enfocar de nuevo, no había rastro del viejo SEAT….

Quedé algo aturdido y emprendí camino hacia casa. Decidí que daría un buen rodeo para pensar sobre lo que había vivido esa mañana y que esa misma tarde saldría a correr…, si no se terciaba tomar unas cañitas…

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Tom Ford había terminado ya su misión. Se montó en su vehículo. Bebió un poco de agua mientras miraba el panel electrónico que marcaba 1826. Tras saciar su sed, marcó en el panel las cifras 2010.

Por fin había terminado. Era temprano y no había desayunado. Le habían comentado que en Badajoz eran famosos los desayunos de cachuelas, así que decidió que era un buen momento para probarlas y aliviar así el hambre que tenía después de tanta actividad…


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6 comentarios:

  1. JAJAJA, que bueno.




    alvaro

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  2. Suelo seguir a los columnistas de este blog. El ojo de saurom me gusta bastante sobre todo por la acidez de su critica.

    Esta columna, pues ha estado muy amena, muy intrigante, pero he echado en falta la critica mordaz de otros articulos.

    Independientemente, he de felicitar al autor por la imaginación y por la historia que es muy entretenida.

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  3. ¿El bujero de la cabeza del puente es una puerta interdimensional?
    ¿Hay una conexión en el espacio tiempo en la que tiene algo que ver el Vaquilla o el Torete con sus Seat 850 rectificados?
    ¿Tom Ford no es un gurú de la moda?
    Dudas... Todo son dudas...

    Bonito relato,
    Un abrazo

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  4. viajes en el tiempo, en plan Lost.

    Muy chulo.

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  5. esto es mas un relato qe una columna de opinion. muy guapo, pero de opinion bien poco

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  6. AUPA C.D. BADAJOZ!!!!Haber si se empiezan a ver camisetas por las tiendas.

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