CARA SUCIA
Hoy les voy a contar el día a día de una mujer, una mujer guapa con la cara sucia. Empezaremos por la familia. Su padre, tosco y rudo, es su peor enemigo, la viste con harapos y lleva años sin lavarle la cara. Su madre, divorciada de su padre, con quien se lleva muy mal y apenas se hablan, a menudo se desentiende de ella y la deja abandonada en manos de su padre, que poco la quiere. Sus hermanas pequeñas, cizañeras y envidiosas, no hacen más que ponerle zancadillas, siempre mirándola de reojo, con recelo y temor a que algún día encuentre quien la quiera, un enamorado de ella que le compre ropas apropiadas y le proporcione la higiene y el cariño que sus padres le niegan.
Esas pequeñas diablas, con fama de guapetonas, están temerosas de que llegue el día en que su hermana mayor luzca su belleza oculta, porque ese día será la protagonista y ellas quedarán en segundo plano. Tiran de la visa de su madre para ir a la peluquería todas las semanas, tienen crédito ilimitado para gastar en maquillaje y tanto su madre como los abuelos le regalan joyas sin esperar al cumpleaños. Ella, en cambio, no sólo no ha pisado nunca una peluquería, ni tiene estuches de maquillaje, ni joyas, sino que ni siquiera le compran las ropas que necesita, ni se acuerdan de su cumpleaños. Ella, que tiene más edad que sus dos hermanas pequeñas juntas, ve como incluso su madre le quita sus legítimas propiedades, ganadas con su único esfuerzo a lo largo de los años, para dárselas a su hermana pequeña, la cual aún siendo muy menor de edad gusta pavonearse cuan adulta fuera, e incluso la madre le ha otorgado la representación de la familia ante otras familias; su ridícula presencia no hace más que convertir a esta familia en el hazmerreír de las otras dieciséis familias que habitan la villa. No contenta con ello, ahora su madre se propone despojarla de su más preciado medio de trasporte para dárselo a su hermana mediana, con el silencio cómplice de su padre, más atento a la apertura de nuevos mesones que al futuro de su retoño. ¡Qué buena falta les hace a sus caprichosas hermanitas acudir al psiquiatra, que les trate de sus complejos de inferioridad y les haga asumir la edad que tienen! Y a su madre ¡qué buen psicólogo que le oriente cómo debe educar a las hijas y que le enseñe a decir “no” a los caprichos de las niñas pequeñas!
La bella mujer está esperando a que aparezca su príncipe azul, sueña con ese día, un día en que tendrá todo lo que se merece, dirá adiós a su familia, mandará a su padre al asilo de La Granadilla y a su madre a coger espárragos al pueblo, y tendrá en su mano su futuro, sin que nadie le impida ser quien es y mostrar todos sus encantos. Esta mujer guapa con la cara sucia es Badajoz; los badajocenses debemos ser su príncipe azul, de nosotros depende.
Hoy les voy a contar el día a día de una mujer, una mujer guapa con la cara sucia. Empezaremos por la familia. Su padre, tosco y rudo, es su peor enemigo, la viste con harapos y lleva años sin lavarle la cara. Su madre, divorciada de su padre, con quien se lleva muy mal y apenas se hablan, a menudo se desentiende de ella y la deja abandonada en manos de su padre, que poco la quiere. Sus hermanas pequeñas, cizañeras y envidiosas, no hacen más que ponerle zancadillas, siempre mirándola de reojo, con recelo y temor a que algún día encuentre quien la quiera, un enamorado de ella que le compre ropas apropiadas y le proporcione la higiene y el cariño que sus padres le niegan.
Esas pequeñas diablas, con fama de guapetonas, están temerosas de que llegue el día en que su hermana mayor luzca su belleza oculta, porque ese día será la protagonista y ellas quedarán en segundo plano. Tiran de la visa de su madre para ir a la peluquería todas las semanas, tienen crédito ilimitado para gastar en maquillaje y tanto su madre como los abuelos le regalan joyas sin esperar al cumpleaños. Ella, en cambio, no sólo no ha pisado nunca una peluquería, ni tiene estuches de maquillaje, ni joyas, sino que ni siquiera le compran las ropas que necesita, ni se acuerdan de su cumpleaños. Ella, que tiene más edad que sus dos hermanas pequeñas juntas, ve como incluso su madre le quita sus legítimas propiedades, ganadas con su único esfuerzo a lo largo de los años, para dárselas a su hermana pequeña, la cual aún siendo muy menor de edad gusta pavonearse cuan adulta fuera, e incluso la madre le ha otorgado la representación de la familia ante otras familias; su ridícula presencia no hace más que convertir a esta familia en el hazmerreír de las otras dieciséis familias que habitan la villa. No contenta con ello, ahora su madre se propone despojarla de su más preciado medio de trasporte para dárselo a su hermana mediana, con el silencio cómplice de su padre, más atento a la apertura de nuevos mesones que al futuro de su retoño. ¡Qué buena falta les hace a sus caprichosas hermanitas acudir al psiquiatra, que les trate de sus complejos de inferioridad y les haga asumir la edad que tienen! Y a su madre ¡qué buen psicólogo que le oriente cómo debe educar a las hijas y que le enseñe a decir “no” a los caprichos de las niñas pequeñas!
La bella mujer está esperando a que aparezca su príncipe azul, sueña con ese día, un día en que tendrá todo lo que se merece, dirá adiós a su familia, mandará a su padre al asilo de La Granadilla y a su madre a coger espárragos al pueblo, y tendrá en su mano su futuro, sin que nadie le impida ser quien es y mostrar todos sus encantos. Esta mujer guapa con la cara sucia es Badajoz; los badajocenses debemos ser su príncipe azul, de nosotros depende.
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