A portagayola
Me
van a permitir el desliz —mis vecinos del barrio, digo—, y que me perdonen llegado el
caso,
pero este texto me lo suscribo solito. No por insana vanidad, ni mucho menos,
sino porque el tema tiene su miga y no quiero que nadie reciba una cornada por
mi culpa. Esto es cosa mía, y va de toros. O de vaquillas, tratándose del Casco
Antiguo. Verán.
A mí lo de la
tauromaquia ni me gusta ni me deja de gustar. Es algo con lo que crecí, siendo yo
niño y tan normal en las tardes de domingo de la “2”, mucho antes de que los toreros
fueran los proscritos y los colectivos semidesnudos del televisor, teñidos hasta
la golilla con vete tú a saber qué pringue roja, los justicieros abnegados de los
bovinos. Mi abuela se embelesaba viendo a los valientes maestros salir al coso,
y sonreía encantada, y sufría y se emocionaba con el lance —de
poder otra vez, ahora me habría comido a besos cada arruga de su cara de vieja—, y
claro, eso es algo que está muy arraigado en mis entrañas. Lo respeto, por
tanto, aunque he de confesar que me aburren soberanamente. Pues bien. Llega San
José y con ella las vaquillas del Casco Antiguo. Otra vez. Y por ahí no paso
sin pegar un capotazo.
Que no es
porque las vaquillas sean deplorables, ni lo dejen de ser, ni siquiera porque
atenten contra los derechos animales o supongan una fiesta arraigada en el
pasado. Ni por mi abuela. No. Es porque hay tanto que hacer en este barrio
nuestro que sacar unas vaquillas a paseo se me antoja un disparate. Y qué mejor
escaparate que las ruinas que nos circundan –digno coso para tal despropósito-,
cuando los solares están colmados de basura, cuando los vecinos se nos marchan expropiados
o derrotados a otras plazas, cuando los “cabestros” campan a sus anchas, cuando
los parques piden a gritos que se les mime, cuando las calles suponen
obstáculos y los turistas murmuran por cuanto ven y palpan. Si tuviera que
torear en este ruedo, me sobra el traje de luces y la chicuelina. Bagatelas. Porque
los morlacos son esos otros, los que afean la plaza y la colman de tristeza, y
no las pobres vaquillas que servirán de asueto por un rato, mientras a su
alrededor décadas de abandono las contemplan. ¿Que una cosa no quita a la otra?
¡Que venga Dios y lo vea! He visto más vaquillas en estos años que papeleras
hay en medio barrio. Al Casco Antiguo se tiene que venir fiero, a torear
miserias, porque es necesario, es de justicia y es nuestro.
Y ahora que suenen
los clarines y lluevan las cornadas, y lo que tenga que ser. Es lo que tiene
salir al ruedo. Pero prefiero mil veces un columpio más para nuestros hijos, un
contenedor soterrado, o una mísera papelera, que la misma esperpéntica vaquilla
de siempre.
¡Va por
ustedes!
Luis Pacheco.
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