Radiografías Urbanas
por Máximo Domínguez Quesada
CIUDAD JARAMAGO
Los jaramagos son esas plantas herbáceas del género
Diplotaxis pertenecientes al grupo de las crucíferas con sus cuatro sépalos,
cuatro pétalos y seis estambres. Sus flores suelen ser amarillas y los frutos son silicuas
dehiscentes, delgadas, acabadas en un pico blanco, con valvas con una
nerviación marcada en el centro. También pueden definirse como plantas de
tallo derecho y ramoso desde la base, hojas grandes y ásperas, de bordes algo
dentados, flores pequeñas, amarillas, agrupadas en espigas terminales muy
largas y fruto en vainas pequeñas y delgadas, casi cilíndricas, con muchas
semillas.
Pero la palabra jaramago, también es un término coloquial
que se utiliza en nuestra tierra para definir, además de estas, a cualquier
otra planta herbácea convertida en maleza.
Y a mí hoy me gustaría acuñar un nuevo concepto relacionado,
cuando la extensión y densidad de los mismos (jaramagos) acapara la mayor parte
de una urbe, como es el de Ciudad Jaramago. Y eso es mi ciudad, Badajoz, una
Ciudad Jaramago.
En Badajoz, que actualmente es una ciudad preciosa, que ha
mejorado mucho desde aquel Plan Urban que entrara en vigor hace ya más de 20
años y que tiene un potencial estratégico y monumental enorme, abundan los
jaramagos. Hay jaramagos por aquí y jaramagos por allí como decía aquella
popular canción en alusión a los pajaritos.
Uno, que por su profesión viaja bastante por España, ha
visto de todo. Ciudades fábrica, ciudades dormitorio, ciudades financieras,
etc… Pero Badajoz no es ninguna de ellas, es una ciudad jaramago, que es mucho
más original pero también mucho más antiestético y molesto. Pero sobre todo y
más importante es mucho más peligroso, fundamentalmente en periodo estival.
Hay jaramagos en la muralla, en los parques, en los solares
(públicos y privados, urbanizables y dotacionales), en los monumentos, en las
isletas o medias lunas, en la canalización del Rivillas y Calamón, en las
aceras, en los arriates, en las rotondas y en los pretiles, en definitiva, en
todo aquel resquicio en el que pueden crecer, mermando la imagen de la ciudad
ante los ojos de sus visitantes y vecinos.
Pero es principalmente preocupante la proliferación de esta
maleza en las dos colinas más significativas y visibles de la ciudad, como son
el Cabezo de la Muela sobre el que asienta la Alcazaba más grande de Europa y
el Cerro de San Cristóbal del cual toma el nombre el Fuerte que allí se sitúa.
Ambos dos afean, destruyen y merman la imagen de Badajoz y
de dos de sus principales monumentos. Pero, más todavía, en verano suponen una
auténtica mecha dispuesta a prender, poniendo en riesgo la integridad de las antiguas
piedras y también de las personas.
Badajoz no puede permitirse esa licencia. Ahora no! Actualmente
Badajoz es la ciudad más poblada e importante desde el punto de vista económico
de Extremadura, de la cuenca hidrográfica del Guadiana y de toda La Raya. También
es la tercera capital con más habitantes de la Submeseta
Sur.
Diferentes colectivos de la ciudad están hartos de denunciar
la situación, sin que nadie ponga remedio. El gobierno local suele aducir
limitaciones económicas para actuar en su eliminación. Es cierto que los
recursos públicos son finitos, pero no es menos cierto que con voluntad el
ingenio es infinito.
Su eliminación puede llevarse a cabo mediante desbroce con maquinaria
pero también con técnicas de solarización o de manera natural mediante animales
herbívoros controlados.
Por otra parte, una vez desaparecida su presencia, para evitar su nacimiento de nuevo hay soluciones
que van, según el lugar de propagación, desde la aplicación de mortero
decorativo, césped natural o artificial, plantas tapizantes, mallas antihierba,
grava decorativa, ajardinamiento y un sinfín de opciones más que solo limitará
nuestra imaginación.
Pronto será tarde. Probablemente ya es tarde.
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