APATRULLANDO LA CIUDAD
Ayer a mediodía llovía copiosamente en la ciudad de Badajoz. Tratando de vadear el complejo lacustre de la acera de Mª Auxiliadora, junto al MacDonald, y acordándome del nuevo acerado que rodea la calle donde vive nuestro Alcalde, me crucé con una chica de aspecto solitario, de rostro aceitunado y evidentes rasgos indo americanos. La lluvia había empapado su oscuro anorak y parecía perdida y solitaria en una ciudad que le era ajena. Tal vez se tratara de la mujer más feliz del mundo. Ganando apenas 500 €, ahorrando hasta con el pensamiento, mantiene a una nutrida familia, allende los mares. Sin embargo a mi me pareció la imagen de la soledad y de la indefensión.
¿Por qué? Bueno, tal vez porque del interior de mi mente surgieron recuerdos emocionados de unas pasadas Navidades. En mi continuo apatrullar la ciudad, conocí el caso de Amanda. Un personaje y una historia dignos de la pluma y la profunda narrativa de Charles Dickens.
Amanda servía copas en un conocido bar de la capital. Un día sus ojos se fijaron en Esteban, un universitario muy peculiar que a diferencia de ella, trabajaba en cometidos esporádicos. Y las cosas de la vida, se enamoraron. Sintieron la ilusión de compartir, de retar a la vida a pesar de las dificultades. Con el mundo por montera, decidieron instalarse en la otra orilla del Atlántico, buscando un trabajo de futuro que aquí parecía no encontrar los dos jóvenes titulados universitarios.
Sin definir el porvenir, decidieron casarse y con el beneplácito de sus mayores, contrajeron matrimonio legal en presencia de los padres de ambos y de otros familiares. Las cosas no fueron bien y algunos problemas de relación surgieron como nubarrones en el horizonte. Siempre que llueve, descampa. Nuevamente y tras ahorrar un dinerillo, decidieron volver a la madre patria.
Pero las relaciones se envenenaban. Esteban comenzó a cambiar, su cabeza estaba ausente y su cariño hacia Amanda, cada vez más lejano. Sus padres, funcionarios bien posicionados le aconsejaban alejarse de la indiana. Boicoteaban su trabajo, malmetían a Esteban y mostraban un profundo y oscuro desprecio hacia su nuera.
En una noche de diciembre mientras descansaba de una dura jornada, confesó a su marido que estaba embarazada. Ciriaco y Antonia, los padres de Esteban, lo vieron claro. Su hijo había sido “cazado” por la emigrante, en busca de sus apellidos, su estirpe, su honra y claro, su patrimonio. Esteban niega a sus padres la paternidad del bebe hispanoamericano. Ellos se indignan y maldicen a Amanda, tramando en plenas Navidades el más maquiavélico guión jamás escrito.
Una noche, Amanda (y Esteban) ven con sorpresa como la cerradura del pisito donde viven no funcionaba. En el rellano de la escalera, encuentran las escasas pertenencias de Amanda. El hogar, el dulce hogar se ha esfumado. Como el amor de Esteban, esposo y padre, que aunque no puede negar lo primero, desdeña lo segundo.
El frío de diciembre en Badajoz no es poco; la humedad cala los huesos mientras las luminarias de colores de la ciudad son tan frías, como la soledad que Esteban lanza contra madre y el hijo (el suyo) que Amanda lleva en su vientre. Para colmo ella cae enferma, soportando el dolor físico y moral, mientras en la ciudad suenan los villancicos y los jóvenes celebran las recién estrenadas vacaciones.
Aquella noche la pasan en un lúgubre hostal del centro. Por la mañana, haciendo de tripas corazón, Amanda marcha al trabajo. Le esperan seis u ocho horas de dura tarea, Esteban y su padre, aprovechan su ausencia para substraer (bueno, se dice robar) algunas pertenencias y parte de su documentación. Cuando esta llega al hostal, la habitación está solitaria, revuelta y fría, tremendamente fría. Ella se derrumba desconsolada en la cama desecha, se encoge y en posición fetal rompe a llorar desconsolada. Su feto, el que será Rodin nueve meses mas tarde, se une aún mas a ella, sintiendo ambos, que cada uno de ellos, solamente tiene al otro en este mundo.
Esteban ha desaparecido. Sus padres se lo han llevado muy lejos de la ciudad. Así lo confirman conocidos comunes, los pocos amigos que Amanda tiene en la ciudad. Es 24 de diciembre, run, run run, 24 de diciembre…
Amanda habla con sus padres, allá en las Américas, en aquellas tierras que civilizaron y cristianizaron los hidalgos de Extremadura. Aún en el siglo XXI, América está muy lejos. El necesario calor, el cariño materno (y paterno) no llega con la necesaria calidez. 24 de diciembre, run, run, run, cantan en la calle. Las ventanas se iluminan en la familiar noche, irradiando el calor y la felicidad de la fiesta de las fiestas. En la habitación del hostal, la única compañía son unos platos de comida precocinada.
En casa de Joaquín y Filo, cenará toda la familia. En total veinte personas. Brillan las luces. Corre la cerveza, el vino, los pasteles. Se canta y se baila. Una noche feliz. Dani quiere habar con sus padres. “Esta Nochebuena no la pasaré con vosotros, alguien que está muy sola me necesita. Espero que sepáis perdonarme”.
Joaquín y Filo, al conocer la historia entre indignados y sorprendidos, proponen: “Con quien tu estés a gusto, nosotros también. Nuestra Nochebuena puede ser también la de Amanda”. 24 de diciembre, run, run, run. Veinte y uno más y todos felices. Costó convencerla, pensaba en su dignidad herida, pero al fin accedió a ser una más de la familia. De madrugada, terminado el jolgorio y con cierta felicidad, Dani acompañó a Amanda al solitario hostal
Pero aquellas horas de la noche, Joaquín y Filo no conciliaron el sueño. Amanda se había metido en sus cabezas y también en sus corazones. 25 de diciembre, run, run, run. Una mañana gélida y una niebla impenetrable casi oculta la ciudad. Joaquín aparca su coche junto al hostal y Filo sube a la habitación. Abraza a Amanda y le dice: Nuestra casa es la tuya. Vente con nosotros. Desde allí hablaremos con tus padres. Y Dios dirá.
Hasta el día 11 de Diciembre el hogar de Joaquín, Filo y sus hijos, fue su hogar. Y el calor del mismo, el que la mantuvo viva, hasta tomar el avión, que le permitió recibir el nuevo año con sus padres, en la lejana América.
La historia es un poco larga, pero merece la pena. En la próxima entrega, el desenlace.
Cabo Primero Placeres ¡A sus órdenes!
¿Por qué? Bueno, tal vez porque del interior de mi mente surgieron recuerdos emocionados de unas pasadas Navidades. En mi continuo apatrullar la ciudad, conocí el caso de Amanda. Un personaje y una historia dignos de la pluma y la profunda narrativa de Charles Dickens.
Amanda servía copas en un conocido bar de la capital. Un día sus ojos se fijaron en Esteban, un universitario muy peculiar que a diferencia de ella, trabajaba en cometidos esporádicos. Y las cosas de la vida, se enamoraron. Sintieron la ilusión de compartir, de retar a la vida a pesar de las dificultades. Con el mundo por montera, decidieron instalarse en la otra orilla del Atlántico, buscando un trabajo de futuro que aquí parecía no encontrar los dos jóvenes titulados universitarios.
Sin definir el porvenir, decidieron casarse y con el beneplácito de sus mayores, contrajeron matrimonio legal en presencia de los padres de ambos y de otros familiares. Las cosas no fueron bien y algunos problemas de relación surgieron como nubarrones en el horizonte. Siempre que llueve, descampa. Nuevamente y tras ahorrar un dinerillo, decidieron volver a la madre patria.
Pero las relaciones se envenenaban. Esteban comenzó a cambiar, su cabeza estaba ausente y su cariño hacia Amanda, cada vez más lejano. Sus padres, funcionarios bien posicionados le aconsejaban alejarse de la indiana. Boicoteaban su trabajo, malmetían a Esteban y mostraban un profundo y oscuro desprecio hacia su nuera.
En una noche de diciembre mientras descansaba de una dura jornada, confesó a su marido que estaba embarazada. Ciriaco y Antonia, los padres de Esteban, lo vieron claro. Su hijo había sido “cazado” por la emigrante, en busca de sus apellidos, su estirpe, su honra y claro, su patrimonio. Esteban niega a sus padres la paternidad del bebe hispanoamericano. Ellos se indignan y maldicen a Amanda, tramando en plenas Navidades el más maquiavélico guión jamás escrito.
Una noche, Amanda (y Esteban) ven con sorpresa como la cerradura del pisito donde viven no funcionaba. En el rellano de la escalera, encuentran las escasas pertenencias de Amanda. El hogar, el dulce hogar se ha esfumado. Como el amor de Esteban, esposo y padre, que aunque no puede negar lo primero, desdeña lo segundo.
El frío de diciembre en Badajoz no es poco; la humedad cala los huesos mientras las luminarias de colores de la ciudad son tan frías, como la soledad que Esteban lanza contra madre y el hijo (el suyo) que Amanda lleva en su vientre. Para colmo ella cae enferma, soportando el dolor físico y moral, mientras en la ciudad suenan los villancicos y los jóvenes celebran las recién estrenadas vacaciones.
Aquella noche la pasan en un lúgubre hostal del centro. Por la mañana, haciendo de tripas corazón, Amanda marcha al trabajo. Le esperan seis u ocho horas de dura tarea, Esteban y su padre, aprovechan su ausencia para substraer (bueno, se dice robar) algunas pertenencias y parte de su documentación. Cuando esta llega al hostal, la habitación está solitaria, revuelta y fría, tremendamente fría. Ella se derrumba desconsolada en la cama desecha, se encoge y en posición fetal rompe a llorar desconsolada. Su feto, el que será Rodin nueve meses mas tarde, se une aún mas a ella, sintiendo ambos, que cada uno de ellos, solamente tiene al otro en este mundo.
Esteban ha desaparecido. Sus padres se lo han llevado muy lejos de la ciudad. Así lo confirman conocidos comunes, los pocos amigos que Amanda tiene en la ciudad. Es 24 de diciembre, run, run run, 24 de diciembre…
Amanda habla con sus padres, allá en las Américas, en aquellas tierras que civilizaron y cristianizaron los hidalgos de Extremadura. Aún en el siglo XXI, América está muy lejos. El necesario calor, el cariño materno (y paterno) no llega con la necesaria calidez. 24 de diciembre, run, run, run, cantan en la calle. Las ventanas se iluminan en la familiar noche, irradiando el calor y la felicidad de la fiesta de las fiestas. En la habitación del hostal, la única compañía son unos platos de comida precocinada.
En casa de Joaquín y Filo, cenará toda la familia. En total veinte personas. Brillan las luces. Corre la cerveza, el vino, los pasteles. Se canta y se baila. Una noche feliz. Dani quiere habar con sus padres. “Esta Nochebuena no la pasaré con vosotros, alguien que está muy sola me necesita. Espero que sepáis perdonarme”.
Joaquín y Filo, al conocer la historia entre indignados y sorprendidos, proponen: “Con quien tu estés a gusto, nosotros también. Nuestra Nochebuena puede ser también la de Amanda”. 24 de diciembre, run, run, run. Veinte y uno más y todos felices. Costó convencerla, pensaba en su dignidad herida, pero al fin accedió a ser una más de la familia. De madrugada, terminado el jolgorio y con cierta felicidad, Dani acompañó a Amanda al solitario hostal
Pero aquellas horas de la noche, Joaquín y Filo no conciliaron el sueño. Amanda se había metido en sus cabezas y también en sus corazones. 25 de diciembre, run, run, run. Una mañana gélida y una niebla impenetrable casi oculta la ciudad. Joaquín aparca su coche junto al hostal y Filo sube a la habitación. Abraza a Amanda y le dice: Nuestra casa es la tuya. Vente con nosotros. Desde allí hablaremos con tus padres. Y Dios dirá.
Hasta el día 11 de Diciembre el hogar de Joaquín, Filo y sus hijos, fue su hogar. Y el calor del mismo, el que la mantuvo viva, hasta tomar el avión, que le permitió recibir el nuevo año con sus padres, en la lejana América.
La historia es un poco larga, pero merece la pena. En la próxima entrega, el desenlace.
Cabo Primero Placeres ¡A sus órdenes!
La Asociación no se hace responsable de las opiniones personales recogidas en este blog.
PRECIOSA HISTORIA. ESPERO ANSIOSO EL DESENLACE.
ResponderEliminarBonito y bién contado, enhorabuena!
ResponderEliminar