09 noviembre 2009

Apatrullando la Ciudad: "El Imperio de los Gorrillas"




APATRULLANDO LA CIUDAD

El sol sale todas la mañanas, y se pone al ocaso en todos los lugares, iluminando u oscureciendo, el diario discurrir de pueblos y ciudades. Pero cada una de éstas, tiene sus peculiaridades, sus personajes y una manera diferenciada de ordenar las relaciones entre sus ciudadanos.

Una de las particularidades de Badajoz, que comparte con otras ciudades españolas problemas, aunque no soluciones, es el haberse erigido en el imperio de los gorrillas.

Explicar a estas alturas qué es un gorrilla, puede resultar una perogrullada. Pero la cosa no está tan clara, cuando se es consciente de que estos personajes se subdividen en numerosas categorías, aunque (según el refrán) “unos tienen la fama y otros cardan la lana”.

El gorrilla, gorrilla, el pata negra, el original, es aquél que vive (o muere) de los aparcamientos de la ciudad. Parte de ellos, conocidos toxicómanos que públicamente ejercen su capacidad recaudatoria, intimidando al exprimido ciudadano y exigiéndole de muy diversas maneras, un impuesto revolucionario que obliga al usuario a sufragar sus actividades autodestructivas.

Este cabo, como el resto de ciudadanos ha sufrido su presión recaudatoria, sus veladas insinuaciones y sus amenazadoras miradas. Y también mis vehículos. Ya que al negarme a ser partícipe del negocio de “consumo de substancias”, la respuesta en mi ausencia, fueron un arañazo y una patada. Y todo ello a pesar de mi cargo, a pesar de conocer como mis superiores y compañeros, instan a denunciarlos a sabiendas de que no podemos demostrar sus actuaciones, ya que tienen todo el tiempo del mundo para ejecutarlas en nuestra ausencia. Así demuestran al indefenso ciudadano sus conocidos métodos, haciéndoles optar finalmente por contribuir amablemente.

Estos personajes se multiplican ante la impunidad de sus actuaciones. Segura Otaño, Ronda del Pilar, Castelar, inmediaciones de la parroquia de San José, Centros Hospitalarios, Juan Carlos I, Jacinta García Hernández (alrededores de la Jefatura de Tráfico) y otros numerosos lugares cuando se celebran mercadillos u otras actividades de asistencia masiva.

Algunos de estos puestos, o la mayoría, tienen carácter vitalicio y en ausencia del titular es alquilado o traspasado por un tiempo, hasta que sus vacaciones pagadas por todos, finalizan. Estos enclaves, a veces son defendidos por cualquier medio, cuando un intruso o no titulado intenta ocuparlo total o parcialmente.

Estos individuos, los gorrillas, dependiendo del puesto, llegan a tener una jornada laboral propia de funcionarios, siendo difíciles de ver en horario de tarde, en determinados espacios. Claro, que si es necesario, tiran de planilla y la atención al público es permanente. Desde las 8 de la mañana a las “nosecuántas” de la tarde, hora que se corresponde, con el inicio de la procesión colectiva, hacia el barrio noble de la ciudad, donde adquieren con impunidad manifiesta y consentida, el material de combustión necesario para su cotidiana existencia.

Es verdad que son seres marginales, producto de una sociedad injusta y amoral. Pero más amoral es permitir estas actividades, sin ofrecer alternativas más o menos voluntarias, que permitan a estas personas alguno atisbo de dignidad. Es sobretodo, un problema de servicios sociales. Y más que nada, de mirar a otro lado.

¡Que más vamos a decir de los gorrillas! Pues tenemos que decir, que en Badajoz hay muchos tipos, clases o categorías de gorrillas.

Otro tipo, en este caso mayoritariamente femenino, es el de aquellas personas que intentan recaudar el euro depositado por los clientes, en el carro de la compra de los supermercados. En este caso también hay puestos de carácter vitalicio, debidamente registrados y atendidos por la funcionaria de turno. No suelen ejercer presión de ningún tipo sobre el cliente, ya que permanecen casi siempre sentadas en la clásica caja de plástico, acompañadas de fotografías y carteles con faltas de ortografía, recitando una serie repetitiva de ruegos y plegarias.

También tienen organización jerárquica, perteneciendo siempre a determinados grupos o familias. Cuentan además con una cierta logística, pues en alguna ocasión he podido observar como finalizada su jornada de trabajo, algunas de ellas son recogidas por una furgoneta.

Hasta aquí sigue sin pasar nada. ¿Pero y cuándo se sindiquen o entablen relaciones comerciales con otros grupos o tipos de gorrillas? Tal vez, nos hagan una oferta, que pueda incluir, aparcamiento y carro, dos en uno, o 2 x 1.

Por cierto el otro día, me comentó una empleada de un comercio de la calle Menacho, como una de estas conocidas gorrillas, se compraba dos trajes de fiesta valorados cada uno en 150 €. Y yo siempre “recomendando” a la esposa del cabo combinar modelitos y, en lo posible, utilizar para la ocasión aquel modelito tan bonito que hace dos años se puso en la boda de su prima.

Pero señores, hay mas gorrillas. Porque gorrilla, en su acepción mas amplia, representa a todo aquél o aquélla que vive de gorra, o que de gorra va por la vida apropiándose de lo ajeno.

Para mí, uno de los tipos de gorrillas más molestos, son aquéllos que con alevosía y mucha impunidad requisan por costumbre con su automóvil, uno de los carriles de nuestras avenidas, obligando al resto de los conductores a circular sólamente por uno de ellos, produciendo embotellamientos y provocando continuamente cambios de carril, que si no son realizados convenientemente, provocan accidentes, discusiones y siempre pérdidas de tiempo.

Y lo hacen con una jeta sorprendente. No solo para recoger al niño del Cole, sino para comprar en la tienda, tomarse la cerveza o encontrar sitio en el momento en que uno de los vehículos atrapados intenta salir del aparcamiento. Y hay que ver la chulería (sea hombre o mujer) con que llegado el momento, decide terminar con la expropiación de la vía. Además, si protestas, puedes escuchar todo tipo de improperios o cuando menos, ver cómo su dedo índice gira pausadamente, de igual manera que la famosa Duquesa popularizara este gesto en determinada ocasión.

Pero la cosa se agrava cuando este gorrilla lleva gorra, gorra de plato o de visera. Sí, aquélla de las rayas blancas (con perdón). Ellos y ellas, mis colegas, a veces también aparcan de esa guisa en la puerta del banco, del bar o donde les dé la gana. Y en muchas ocasiones, en comandita, es decir: dos o más coches con rayitas. ¿Cómo van a sancionar después a los otros gorrillas? Así, la otra mañana, todo Badajoz era el paradigma de la doble fila. Segura Otaño, Saavedra Palmeiro, María Auxiliadora, Santa Marina, Colón, Juan Carlos I, Jacinta García Hernández… ¡Que curioso, casi el mismo territorio de los gorrillas, gorrillas!

Podíamos proseguir y mostrar nuevas y genuinas clases de gorrillas. Aquéllos que de gorra ocupan espacios públicos, monumentales o no, donde se alojan o practican sus tareas diarias. O la de aquéllos o aquéllas, que recurren a nuestras calles, avenidas o parques para dejar las cacas de sus perros, cacas que luego los despistados pisamos mientras recogemos (“paradójicamente”) las de nuestros chuchos. Podríamos seguir buscando. Pero en todo caso se trata de grupos de ciudadanos que actúan fuera de la ley, la norma y la convivencia.

Y a pesar de todo y como en todo, los perjudicados somos los demás, los que preferimos ir andando por no buscar aparcamiento. Los que recogemos debidamente la caca de nuestros perros. Los que pagamos por circular, aparcar y sacar cada día nuestros vehículos del garaje. Los que pagamos a la policía municipal con nuestros impuestos. Los que elegimos democráticamente a alcaldes y concejales, delegadas de gobierno y toda une serie de personajes, que parecen no ser en modo alguno responsables de permitir ejercer estas incívicas y a veces insalubres actividades.

¡Primero Placeres, a sus órdenes!
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